[REPORTAJE]

Se adelantaron a nuestra actual crisis hace una década. Quienes entendieron que algo importante les estaba sucediendo a las abejas, acuñaron el término “Crisis Mundial en las Colmenas”. Desde entonces, su declive ha sido imparable y sus efectos son mucho mayores de lo que se pensaba. Ya hay quiénes se preguntan cómo sería un mundo sin abejas: ¿Sería posible?.

 

La situación está resultando desesperante para muchos apicultores que vienen observando, año tras año, una pérdida constante y progresiva del número de sus colmenas. No es un hecho que se concrete en una determinada parte del planeta, es común a todo él.Abeja

La pasada semana, como cada mes, Emilio Déniz, abrió una de sus más de 70 colmenas en la cuenca Tejeda – La Aldea. Hacía días que venía notando un comportamiento extraño en las escasas abejas que veía.

Pertrechado con su traje, capirote y ahumador comenzó a extraer los panales: no había abejas. Abrió otra colmena y observó, con desolación, que solo había un puñado de abejas que protegía y alimentaba a una reina.

Solo un 30 por ciento de sus colmenas mantenía una actividad “aceptable”, pero, de lejos, lo que había supuesto la actividad años atrás. “Hace años que vienen diciéndonos que algo no va bien: la varroa, los años escasos en floración, los parásitos, y por si fuera poco, la avispa asiática. Canarias no está inmune y ésto no pinta nada bien”, nos explicó Emilio.

La lejanía de los continentes nos ha permitido cierta protección. Pero las comunicaciones, la globalización y la salud del planeta en general, ya no nos eximen de padecer la “Crisis Mundial en las Colmenas”.

Según los datos de las administraciones, científicos, entomólogos y asociaciones de apicultores, en España el 75 por ciento de las colmenas están afectadas. La situación en Europa no es mucho mejor, donde la virulencia de la avispa asiática ha hecho una mella profunda en la ya de por sí delicada situación.

En Estados Unidos se calcula que han desaparecido cuatro millones de colmenas de los seis con que contaba. En el caso de China, uno de los grandes productores mundiales, las abejas han desaparecido por completo por el uso abusivo de pesticidas.

Esta situación ha provocado que miles de agricultores chinos estén polinizando a mano sus cultivos, preferentemente frutales en los que distribuyen el polen ayudados de pequeños pinceles.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, ya ha alertado que, de seguir mermando el número de abejas al ritmo actual, se produciría una crisis alimentaria de fatales consecuencias.

Sin las abejas dejaríamos de comer almendras, chocolate, frutas, verduras… Solo en Europa el 84 por ciento de las 264 especies de cosechas se polinizan con abejas. ¿Estaríamos preparados para asumir el coste de las producciones si tuviéramos que polinizar como en China?

También se verían alteradas las cosechas destinadas a comida para el ganado y, poco a poco, la industria de la carne se vendría abajo. Entonces, nuestra única fuente de proteínas pasaría a ser el pescado y, probablemente, los mares y océanos quedarían esquilmados.

Ante esta dramática perspectiva, los científicos han tratado de estudiar a los posibles culpables de esta situación. Primeramente, se sospechó de algunos pesticidas, pero pronto se descartaron como causa principal.Panal

Así que pusieron la mirilla en un parásito instentinal, el Noema apis, pero las cosas seguían sin cuadrar. En 2005, en los Estados Unidos acuñaron el término Síndrome del Despoblamiento Masivo que describe a la perfección cómo suceden los hechos.

El apicultor solo nota que la producción de miel disminuye ligeramente, porque cada vez hay menos abejas para fabricar miel. No hay rastro de los cadáveres porque las abejas mueren lejos de las colmenas, en curiosa solidaridad con sus compañeras.

Sin embargo, aplicando técnicas de biología molecular pudieron identificar en las abejas europeas un parásito que no era propio del continente: el Nosema ceranae. Hace unos 20 años debió llegar desde Asia en cajas importadas con material apícola y en partidas de abejas (compuestas por un kilo de abejas con una reina).

Este parásito se descubrió que es un microsporídeo. Un ser minúsculo que se introduce en las células de las abejas adultas y les provoca alteraciones intestinales y envejecimiento prematuro. Esto provoca que las abejas de una colmena mueran más deprisa de lo que la reina pueda reponer.

Los investigadores han identificado al asesino, pero aún no saben cómo frenarlo. Y mientras la ciencia busca un remedio, las colmenas siguen vaciándose. ¿Llegará a tiempo la solución?.

Esta parece la gran pregunta porque, mientras, las abejas siguen padeciendo todo tipo de inclemencias. A la consabida alteración climática se le ha unido la contaminación que está acabando con las fragancias.

En el siglo XIX las flores olían más que ahora. Las sustancias aromáticas en aquel entonces viajaban desde la flor, a través del aire, hasta llegar a nuestra nariz y hasta la de las abejas, más de un kilómetro.

Hoy en día, no recorren ni unos escasos 300 metros. Esto dificulta que los polinizadores las localicen y lleven a cabo su labor. La lluvia ácida, la aplicación de pesticidas, la destrucción voraz de ecosistemas, se suman a lo que podría suponer el colapso.

Mientras esto sigue sucediendo, Emilio trata de recomponer sus colmenas y aprovechar el excelente año en floración para esta zona de la isla. La calidad de la miel sigue mejorando, podría ser una consecuencia del sacrifio que realiza la abeja y, hasta en sus últimas horas, sigue dando todo de sí, dijo Déniz.