Que el bisfenol A (BPA) es un peligro potencial para la salud no es algo nuevo. Desde hace años prestigiosos científicos llevan alertando de su efecto pernicioso.
No tanto por sus efectos nocivos demostrados, sino precisamente por todo lo contrario, para conseguir que la ciencia espabile y consiga averiguar mucho más de lo que sabe.
El por qué en demandar más investigación responde a que lo investigado hasta la fecha tiene muy mala pinta y no hace augurar nada bueno.
Por lo tanto, hasta que no se demuestre científicamente lo que puede llegar a perjudicarnos su ingestión de un modo claro, es mucho más complicado lograr que la normativa prohíba esta sustancia de forma taxativa, presente en un sinfín de objetos y envases que utilizamos a diario.
Ya hay una larga lista de trastornos y enfermedades con los que se ha asociado el bisfenol A, no probando una relación causal, pero sí hallándose una influencia que todavía sin determinar en la gran mayoría de los casos.
Hasta la fecha, los estudios han demostrado que pueden dañar los órganos sexuales masculinos y reducir la fertilidad, provocar agresividad y otros cambios de comportamiento, adelantar la pubertad y estar relacionado con cánceres de mama, de próstata y de útero, además de asociarse a la diabetes tipo 2, el autismo, problemas hepáticos y cardiovasculares.
Los estudios más recientes aconsejan que seamos todavía más cautelosos en su uso, vinculándolo el consumo de agua envasada en botellas de plástico a un aumento de la presión arterial, según un estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional de Corea del Sur.
Aunque hay países que están prohibiendo su utilización en distintas áreas, como Austria, Dinamarca, Bélgica, Francia o China, lo más común es encontrarse con legislaciones permisivas, que no van mucho más allá de prohibir su uso en la fabricación de biberones de plástico.
En Estados Unidos, por ejemplo, la Administración de Alimentos y Drogas (FDA, por sus siglas en inglés) sigue investigando, pero las medidas tomadas a nivel legal son todavía de poca entidad.
A finales de 2013, la Asamblea Nacional francesa votó de forma casi unánime a favor de una ley que lo prohíbe en materiales de uso alimentario, convirtiéndose en el primer país europeo que erradicará este químico.
El bisfenol A se usa para fabricar envases alimentarios como botellas o tuppers o, por ejemplo, revestimientos de latas de conserva. Para evitarlo, simplemente hemos de optar por otro tipo de envases, como el cristal o incluso el metal antes que el BPA, y siempre preferir la comida fresca (a ser posible local) a la enlatada, y lo mismo cabe decir del agua.
Al dejar de consumir plástico y envases en general, estamos haciendo un gesto ambiental de gran valor. No sólo porque evitamos su producción, con lo que ello conlleva a nivel de emisiones, incluyendo los gastos de transporte y su respectiva huella de carbono en muchas ocasiones.
Además, la basura plástica es una de las grandes amenazas ambientales que afecta a nuestro entorno, en especial al océano, provocando problemas de polución y de desorden de los procesos biológicos de las especies, afectadas por este compuesto de muy distintas maneras que, en muchos casos, todavía se desconocen.