EL ARTILUGIO HA RESULTADO GANADOR ESPAÑOL DEL PREMIO DE LA FUNDACIÓN JAMES DYSON.

Oltu, que es como lo ha denominado su creador, se basa en la refrigeración por evaporación. El agua, para pasar de líquido a gas, emplea la energía del sistema lo que provoca su enfriamiento.

Una situación clásica: dejamos un trozo de limón en la nevera un tiempo y cuando vamos a utilizarlo, lo encuentramos seco y poco apetitoso.

Esto sucede porque además del calor, el frigorífico también extrae la humedad del interior del cítrico, dejándolo en el chasis. Ahora llega la pregunta: y si no es en la nevera, ¿dónde lo conservamos?

Hoy en día estamos obsesionados en guardar todo en la nevera, lo que poca gente sabe es que no siempre es la mejor forma de mantener los alimentos frescos. Frutas y verduras necesitan de unas condiciones que les ayuden a mantenerse más frescas por más tiempo. Actualmente alrededor del 45% de las frutas producidas a nivel mundial acaban en la basura; ya sea durante el cultivo, la recogida, el procesado, la distribución o en los hogares.

Hasta ahora ésta era la única opción, pero un joven sardo afincado en Madrid ha dedicado el último año a investigar el asunto hasta concebir Oltu, un sistema que prolonga la conservación de frutas y verduras sin necesidad de estar conectado a la corriente.

“En el dialecto de la región donde nací, Cerdeña, Oltu significa huerta, porque mi principal interés era mantener las verduras frescas, como recién salidas de la huerta”, explica Fabio Molinas, diseñador de 25 años cuyo proyecto ha sido seleccionado como ganador español del prestigioso concurso de innovación de la Fundación James Dyson, con sede en Londres.

“Lo primero que hice fue estudiar las hortalizas que comemos en España y sus relaciones biológicas, porque cada una tiene su temperatura y sus interacciones. Por ejemplo, las manzanas y el apio no deben estar juntos, porque las manzanas producen etileno y eso hace madurar rápido al apio, que a su vez deja en la manzana un sabor característico”, dice.

“Después de investigarlos todos tracé una división en cuatro grupos según sus condiciones perfectas de preservación: son frío seco, frío húmero, fresco húmedo y cálido seco. Fue entonces cuando comprendí que tendría que hacer cuatro vasijas, cada una con unas condiciones específicas”, explica el diseñador.

Molinas probó todo tipo de materiales antibacterianos hasta que África le dió la respuesta: “Allí emplean mucho el barro para conservar alimentos y les funciona bien”, de modo que se decidió por él. Quedaba por medio encontrar un modo de refrigerarlo todo. Lo intentó con ventiladores de ordenador, pero pasado un tiempo se calentaban y subía la temperatura.

De nuevo el continente negro acudió en su ayuda: “Recordé haber leído en The New York Times un artículo de Etiopía en el que había fabricado una nevera que no utiliza electricidad y traté de llevarla a cabo”. Con seguridad Molinas se refiere al sistema pot-in-pot trazado en 2006 por el nigeriano Mohammad Bah Abba, y que no es más, en esencia, que lo que por estas tierras conocemos como “efecto botijo”.

Sobran las explicaciones profusas: básicamente se colocan dos vasijas, de un material poroso como el barro, una en el interior de la otra. El espacio entre ambas se rellena con agua y piedras pequeñas. Si el calor ambiental es suficiente, el agua que que se filtra a través de la superficie porosa tiende a convertirse en vapor. Sin embargo, para completar el cambio de estado, necesita energía, y al extraerla el líquido se enfríe, provocando un descenso de temperatura de las piedras y también de la vasija interior.

En el esquema de Molinas las vasijas son cuatro, una para cada tipo de vegetal, refrigeradas por el agua que, gracias al principio de capilaridad, fluye uniformemente a través del ingenio.

Para provocar el paso de líquido a gas del agua se vale del calor que genera el frigorífico. “Oltu se coloca encima de la nevera a la que se le han practicado unas pequeñas modificaciones para canalizar el calor. En los países mediterráneos casi ni es necesario, porque en verano la temperatura ambiental es suficiente y en invierno la calefacción le viene de lujo”, explica.

La distinta forma y ubicación de los recipientes consigue temperaturas diferentes, alargando así la vida de las hortalizas con respecto a la nevera clásica, donde la temperatura es demasiado baja para algunas de ellas.

Para que el producto vea la luz aún faltan detalles por pulir. Molinas se pondrá en manos de un estudio de ingeniería para explorar la posibilidad de incorporar un sistema de refrigeración eléctrica o mejorar la tecnología actual. También tendrá que abordar el problema del mantenimiento, dado que su prototipo precisa reponer el agua evaporada cada pocas horas.

Para ello necesita una apuesta fuerte en forma de i+D. No parece ir mal encaminado: “Quiero trabajar con una empresa que tenga dinero para investigar bien. Hay una en Barcelona que ha mostrado mucho interés”, señala Molinas.

Fabio Molinas conocerá en noviembre si finalmente su Oltu se erige sobre los otros 179 finalistas internacionales en el James Dyson Award, dotado con 30.000 libras a nivel personal más otras 10.000 para el departamento de investigación del ganador.