SI NO HUBIERA EXISTIDO, HOY LA AGRICULTURA NO SERÍA COMO LA CONOCEMOS.
En octubre de 1908 el químico alemán Fritz Haber registró la patente del amoniaco. Los científicos conocían esta sustancia como el nutriente básico de las plantas, pero su estado gaseoso impedía su empleo.
A principios del siglo XX las únicas formas sólidas de nitrógeno en estado natural eran el guano peruano y el nitrato de Chile. Sin embargo, su producción no era suficiente para satisfacer el boom de la agricultura moderna.
La fórmula de la obtención del NH3 permitió a Alemania la independencia agrícola, en un momento en el que las guerras mundiales y el período de entreguerras se cobraron muchas vidas humanas por las hambrunas.
Sin embargo, la cara más oscura del amoniaco aún estaba gestándose. A la aplicación bélica del compuesto se le dedicó mayor atención que a su uso como fertilizante.
Otro proceso convirtió al amoniaco en ácido nítrico, la base de explosivos como la nitroglicerina o el TNT. Esta versión del NH3 se le relaciona directamente con la muerte de entre 100 y 150 millones de personas en las guerras del siglo XX.
La gran transformación que el NH3 produjo en la agricultura, permitió que se pasara de soportar en una hectárea de tierra a 1,9 personas en 1908 a las 4,3 que la misma hectárea soporta en 2008.
Actualmente, los fertilizantes nitrogenados son los responsables de alimentar al 48% de la población mundial y se producen 150 millones de toneladas métricas al año, de las que el 80% se destina a alimentar las tierras de cultivo.
A principios del siglo XXI el abuso del NH3 está produciendo serios problemas que atraen el estudio de la comunidad científica. Solo el 17% del amoniaco usado como fertilizante es consumido por los humanos a través de la comida. El resto acaba en la tierra o en el aire.
Los dos problemas que se le achacan hoy en día a la sustancia que cambió el rumbo de la humanidad es, precisamente, la que puede invertir, una vez más la ecuación tal y como ocurriera el pasado siglo.
Por un lado, los nitratos acaban en mares y ríos alimentando en exceso a algas y bacterias que consumen el oxígeno que necesitan otras especies. Y por otro lado, invierte el balance de ozono entre la estratosfera y la troposfera.