EL ACTO SE REALIZÓ EN LA XVI FERIA DE LA ZAFRA DE SAN BARTOLOMÉ DE TIRAJANA.
Vecina de El Tablero, Juana Estupiñan Navarro, fue reconocida por toda una vida dedicada a la aparcería, y por su humilde y entrañable colaboración desde hace diez años con esta muestra etnográfica destinada a mantener viva la memoria histórica del pueblo sobre su pasado agrícola.
Juanita Estupiñan, que ya tiene 88 años, fue una migrante durante muchos años de su vida su mundo más inmediato y más próximo giró siempre en torno a las zafras y el cultivo de tomateros.
Por eso cada año se desvive por participar y colaborar con la celebración y organización de la Feria de la Zafra, “porque es un evento que la transporta al pasado, que le trae a la memoria recuerdos de su infancia, de su juventud, de su madurez; recuerdos tristes y alegres, recuerdos que hablan de vida y de muerte; recuerdos de muchos hechos que forjaron su vida y la vida de toda su familia,como sucede con tantas mujeres y tantos hombres de El Tablero que ejercieron como aparceros”.
Juanita Estupiñán nació en Taidía el 21 de enero de 1925, en el seno de una familia de 5 hermanos y padres agricultores. Era apenas una niña cuando empezó a trabajar en los tomateros de Los Betancores, en la zona de Los Prietos, cerca del cruce de Arinaga.
Trabajaba en los surcos por las mañanas, y por la noche en los antiguos almacenes de tomates de La Ciel, en Vecindario, en una de cuyas cuarterías vivía. Cuando la Guardia Civil realizaba inspecciones para detectar los casos de empleo laboral de menores, a ella la escondían, incluso entre tiras arrebujadas de plataneras. El empleo infantil no estaba permitido, pero se consentía.
Así trabajaba durante toda la semana, de lunes a sábado, hasta las once de la noche. Y fue creciendo. Cuando llegaba los sábados, ella y un grupo de mujeres y hombres salían caminando a esa hora de la noche para regresar a sus casas, cogiendo veredas de Sardina, El Cardón, Los Cuchillos, Santa Lucía casco, y Rosiana hasta llegar a su casa en Taidía, a la que asomaba prácticamente al amanecer del domingo.
Como las muchachas de su generación, Juanita abandonó el hogar familiar tras casarse a los 20 años en la Iglesia de Tunte. Ese día, festividad de Santa Ana, salió caminando de su casa descalza, y sólo se puso los zapatos al llegar al cruce de la cruz, antes de entrar al pueblo. Entonces no había dinero, y los zapatos eran un lujo escaso que había que cuidar al máximo.
Con su marido, tuvo 10 hijos. Él era un pastor de Maspalomas al que conoció de casualidad, por una “carambola” de la vida mientras planchaba unas camisas. Él la enamoró con una carta, un primer baile -él era un gran bailarín- y yendo a visitarla diariamente durante tres meses seguidos de manera ininterrumpida mientras ella trabajaba en los tomateros de Vecindario.
Ya casados, la primera residencia del joven matrimonio fueron las cuarterías del Conde en el Barranquillo del Horno, a la altura del Centro Comercial Yumbo, en Playa del Inglés, entonces plantada toda de tomateros, desde la caseta de Marcialito Artiles (en El Lomo de Maspalomas) hasta casi la orilla de la misma playa.
En el Barranquillo del Horno vivió el matrimonio durante 9 años, sus primeras 9 zafras juntos, durante las cuales tuvieron 9 hijos, a los que cuidaban prácticamente a pie de surco, dentro de una caja de tomates que les servía de cuna y que cubrían del sol con una manta.
Viviendo y trabajando allí se les murieron cuatro de los hijos, dos varones y dos hembras, a los que nunca llegaron a registrar porque el dinero no era suficiente para comer y para subir al Ayuntamiento que estaba en Tunte.
Aquellas nueve zafras, como muchas otras, sólo les proporcionaron lo suficiente para vivir al día. Escapaban gracias a que aprovechaban las 2 fanegadas de tomateros para plantar entre los canteros papas, habichuelas, lechugas, rábanos, calabacinos, judías de suelo y otras verduras y hortalizas para comida de caldero. Además tenían un cochino, 14 gallinas y un pequeño ganado de 6 cabras que diariamente les proporcionaban la leche para los niños y un kilo y medio de queso.
Al cabo de aquellas primeras nueve zafras sin ganancia, y en busca de mejor suerte y fortuna, el matrimonio decidió recoger sus pocas pertenencias y cargarlas junto con sus animales en un camión, y migrar con sus cinco hijos vivos a plantar otras dos fanegadas de tomateros en La Aldea de San Nicolás.
Durante dos años trabajaron en los tomateros aldeanos propiedad de Los Sánchez, en la zona de Cuermeja, viviendo en una cuartería. Fueron dos zafras con el mismo resultado de supervivencia y pobreza, pues entonces era habitual que se ganara apenas 15 ó 20 pesetas (menos de un euro) a la semana.
Por eso, también en busca de mejor fortuna, el matrimonio decidió volver a migrar, viniéndose esta vez con sus pertenencias, sus animales y sus cinco hijos, a plantar tomateros de Carmelo León en La Montaña. Lo hicieron durante tres zafras con idéntico resultado, nunca les quedó nada, y eso que el marido siempre se empleó en armar tierras y en realizar cualquier trabajo esporádico que le surgiera al término de cada campaña.
Suerte enderezada
El matrimonio sólo consiguió enderezar su suerte cuando decidió dejar La Montaña y venirse a hacer la zafra en los tomateros de Don Juliano Bonny que rodeaban el pequeño pueblo de El Tablero, entonces también poblado de cuarterías.
Antes de tener su propia casa vivieron a la entrada del pueblo, en la cuartería de Pilcher, junto al antiguo estanque ya desaparecido donde todavía se mantiene en pié mirando a ese pasado la casa de Lolita Rodríguez, fundadora de El Tablero, y conocida como la Casa del Estanque o del Mato. Los tomateros que el matrimonio plantaba estaban en el suelo que ahora ocupa el nuevo centro comercial próximo al cruce de Sonnenland.
Y fue plantando en El Tablero durante más de 10 años como empezó a cambiarles la suerte, porque lograron reunir los ahorros con los que compraron el cemento y los bloques necesarios para empezar a construirse la casa sobre el solar que les regaló su suegro, Panchito el Pastor de Maspalomas, en el llamado Callejón del Tablero, tal vez la calle más bonita y entrañable de todo el pueblo.
Los hoyos para los cimientos y zapatas de la casa los excavaron esta mujer y su hijo mayor. La casa la levantaron con arena del barranco y con la ayuda de vecinos como Juanito Gil y Juanito López, y de los hermanos Paco y Silvano León Mejías, con los que el matrimonio coincidió mientras plantaban tomateros en La Montaña.
En El Tablero tuvieron a su última hija, la única que fue atendida por una partera, la recordada Juanita, comadre de medio pueblo. El resto de los hijos los tuvo esta mujer ella sola, con la única ayuda de su marido.
La comida se hacía en los tomateros, porque no se podía perder tiempo. La jornada laboral de las zafras se iniciaba cuando clareaba el día y se acababa cuando trasponía el sol sobre los lomos de Calderín.
La mayoría de las familias atendían dos fanegadas, la mujer en un surco y el marido en otro, caminando parejos. Las mujeres arrejundian: cavaban la tierra como ellos; cargaban las cajas de tomates de 25 kilos como ellos; amarraban las matas como ellos, y enguanaban y cegaban las hierbas, y ordeñaban … La jornada laboral de estas mujeres parecía no acabar nunca, y casi nunca lo hacía antes de que entrara la madrugada, porque a ellas les competía también las labores domésticas como hacer el queso o lavar la ropa en las cantoneras.
Eran tiempos en los que no había yogures y apenas se consumía fruta porque no había dinero para comprarla. El pan se vendía a pie de surco. Lo llevaban los hermanos Galván hasta los tomateros a lomos de una burra.
Las mujeres iban a los tomateros vistiendo un fardo hecho con dos sacos a modo de falda-pantalón, tocadas con una pamela de tela y un sombrero de paja, y con unos guantes hechos de tela de calcetín. Y también con la faltriquera de tela de saco para meter la rafia con la que se amarraban las matas.
Cuando Don Juliano Bonny decidió retirar los tomateros del Tablero ante el empuje de la industria turística, el matrimonio se fue a plantar con el mismo terrateniente a los tomateros de Lomo Gordo, donde hicieron otras dos zafras hasta que el marido se jubiló.
Juanita vive hoy entregada a su familia. Tiene 17 nietos y 13 biznietos, pero cuando la invitan se apunta a ofrecer sus recuerdos y sus conocimientos del ayer a los estudiantes de El Tablero, en cuyos colegios participa ordeñando cabras, haciendo empleitas de queso y plantando tomateros en festividades puntuales como el Día de Canarias, para que la tradición y la historia se mantengan vivas y no se pierdan.
Juanita recibió de manos de las concejalas de Cultura Elena Álamo Vega, y de Mayores y Participación Ciudadana, Araceli Armas, un detalle conmemorativo.
La historia de Juanita es una fotografía social resumida sobre la vivencia de una comunidad de vecinos durante un período vital determinado.