ALGUNOS DE ELLOS NO SE HABÍAN SECADO NI EN LOS PEORES VERANOS.
Que estamos inmersos en el cambio climático, ya nadie lo duda. Pero que Canarias avanza, cada vez más, a la desertificación a nadie se le escapa. Los niveles freáticos disminuyen de manera más que alarmante y las escasa lluvias contribuyen a ello.
El municipio de La Aldea contaba a mediados del pasado siglo veinte con más de un centenar de fuentes, nacientes y manantiales. Muchas de ellas dieron nombre al lugar, como lo demuestran los topónimos que designan su ubicación.
Podríamos destacar, entre otros, la fuente del Molinillo, el naciente de Las Huesas, la fuente de las Ñameritas, la de las Garabateras, el caño del Puntón, la fuente del caño, la del Solapón, la de La Hoya, la fuente del Pico, la de la Gambuesa, la del Blanquizal, los Junquillos, Rabo Ratón, el Lomo, el Arrastradero y así podríamos seguir hasta superar el centenar de nombres.
Emilio Navarro lleva toda una vida dedicada, personal y laboralmente, a recuperar las fuentes y nacientes abandonados, en los que la maleza y la falta de gestión de los mismos por las administraciones competentes, han acabado de dar la última gota.
La sobre explotación de los acuíferos ha sido, según Navarro, una de las principales causas en la merma y disminución de caudal de las fuentes. Sin embargo, desde hace unos años Emilio ha venido observando un comportamiento diferente de los manantiales.
Si bien éstos no dejaban de manar aunque fuera una gota, la tendencia es hacia la desaparición total. En esta situación se encuentran la fuente de La Pileta en la montaña de Los Pajaritos. “Nunca dejó de haber humedad en su naciente, pero ya ni eso” indica Emilio.
La misma suerte han tenido la de Andén Blanco, el Laurelillo, Carreño, la Cisterna, las Cañadas, Hoya de la Salvia y el Cornical. Todas han dado la última gota. Ante la pregunta de si es posible su recuperación, Emilio responde tajante: “el problema es que se saca más de lo que entra”.
A ello también se suma el sobre pastoreo, los incendios, pero sobre todo, destaca Emilio, el abandono y la nula recuperación de lo que un día dió de comer a miles de personas. “Esto es un círculo: si no hay árboles éstos no retienen las nubes y la lluvia, que pasa a la capa freática y permite aparecer a través de fuentes, que dan vida y permite nuevamente cerrar el círculo. Eso sí es sostenible”, añade Navarro.
Emilio no solo lamenta la pérdida de estas fuentes, lo cual está repercutiendo en la falta de vida: menos flora y fauna, sino el abandono de lo que ha sido un importante patrimonio hidráulico en el que figuran canales talladas en la piedra, en riscos, albercas naturales y un largo etcétera.
Aunque el agua no falta en las casas cuando se abre el grifo, Emilio reconoce que esta situación se nos está volviendo en contra. Llegará un momento en que no dispongamos de los combustibles fósiles para desalar el agua y tampoco quedará nada en el subsuelo.
Lo cierto es que, de una y otra manera, la herencia que estamos dejando a las generaciones futuras no se le desearía ni a nuestro peor enemigo. Solo cabe preguntarnos: ¿por qué lo hacemos con nuestros hijos y nietos?…