EL TÉCNICO AGRICOLA JUAN FÉLIX CABRERA DEJA HUÉRFANA UNA JOVEN GENERACIÓN QUE TUTELÓ CON CARIÑO Y ESMERO.
La pérdida de Juan Félix Cabrera Gil ha supuesto un duro golpe para el sector agrícola, no solo por la pérdida de un excelente profesional, sino por la de una extraordinaria persona.Quienes le conocieron y tuvieron la oportunidad de trabajar con él coinciden en resaltar su categoría profesional, así como su intuición, talento y perspicacia; comprometido con los agricultores a los que dedicó buena parte de su vida laboral, a veces, parecía más un pertinaz maestro por lograr dignificar la actividad y profesionalizarla.
De carácter afable y campechano como el campo que defendía, Juan Félix lidiaba a diario por introducir mejoras técnicas que permitieran facilitar la tarea e incrementar los rendimientos y beneficios; uno de sus lemas: “sin agricultores no hay comida”.
A diferencia de otros profesionales, Juan Félix se entregaba con pasión a su trabajo, lo vivía, respondía dudas a cualquier compañero o profesional desde la atalaya de su experiencia y no dudaba en reconocer con humildad si no podía ayudar.
Demostró su capacidad de comunicador en el programa de televisión “La Aldea Agraria”, galardonado en los Premios Agrarios y Pesqueros, donde encontró y cultivó la herramienta para transmitir su conocimiento y entusiasmo para dignificar la profesión de agricultor.
Su palabra estaba en la experiencia y la práctica, no en la teoría ni en las formulaciones académicas y fue modélico en el compromiso de dar siempre lo mejor de sí mismo.
Pionero en la introducción de las nuevas tecnologías aplicadas al cultivo del tomate de exportación: cultivos en hidroponía, riegos automatizados, injertos, entutorado, descuelgue holandés y lucha integrada, sentía un gran respeto por los agricultores mayores de los que reconocía haber aprendido y a los que calificaba como “esta es mi gente”.
En los veinte años que trabajó en la cooperativa COAGRISÁN, Juan Félix contribuyó a forjar los mimbres de una joven generación de técnicos agrícolas cuyo prestigio, hoy en día, está reconocido a nivel internacional.
Aportó su experiencia y conocimientos a consolidar la otra generación, la de los agricultores profesionales que, día a día, demuestran con su quehacer que la actividad del cultivo del tomate no tiene absolutamente nada que ver con la que practicaban hace unas décadas las generaciones precedentes.
Juan Félix participó activamente en la implantación de las normativas de prevención de riesgos y calidad en el trabajo así como en la regulación de las normas de calidad de producción y producto (AENOR).
Pero si en algo destacaba Juan Félix era en su calidad humana. A pesar de sus largas jornadas, siempre tenía un hueco para escuchar a un amigo, para defender la actividad o para colaborar y participar en cualquier coloquio, charla o reunión a la que se le invitase.
Quienes más le conocían sabían de esa barrera suya reservada, no apta más que para él, en la que se refugiaba a lamer sus heridas, esas que propina la vida a pequeñas dentelladas y dejamos correr hasta que sangran de verdad. Difícil, por no decir imposible, llegar a él en esos momentos.
La muerte siempre es inesperada, pero en esta ocasión, por lo repentino y las circunstancias, nos ha conmocionado y conmovido a todos. Juan Félix nos ha dejado con 54 años llevándose consigo su infranqueable “barrera” y dejando huérfanos, no solo a la generación de jóvenes técnicos a la que tuteló y transmitió sus conocimientos, sino a todos aquellos que tuvimos la suerte de compartir vivencias con él.
Cuando las cosas no salían por la razón que fuera, Juan Félix solía decir: “cualquier rato nos mean los perros”. Y es que en esta ocasión, Juan, los perros nos mearon y no nos enteramos.
Amigo Juan Félix, los que aquí quedamos esperamos que hayas encontrado la paz que ansiabas y tanto te atormentaba y que allá arriba, donde quiera que estés, puedas cultivar tu pasión y poner en práctica lo que más te gustaba.
Que descanses en paz.