La producción intensiva olvidó la importancia de este gen para mantener el sabor característico.
Cuando los tomates se cultivaban en las huertas y su destino era para consumo propio o para venderlos en el mercado, se buscaba un tomate sabroso, jugoso y con ese olor tan característico.
Pero cuando cambió la forma de producir a grandes superficies de producción intensiva, donde el productor se preocupa más por la apariencia física de los tomates, se buscan unos tomates rojos, brillantes y sin “hombros verdes” que aumenten sus beneficios económicos.
A finales de junio del año pasado, se dio a conocer una investigación en la que científicos españoles habían descubierto un gen que afecta a la calidad del tomate.
Se trata del gen GLK2 que regula la actividad de los cloroplastos en el fruto. Los cloroplastos son los orgánulos encargados (entre otras funciones) de la formación de azúcares a través de la fotosíntesis.
Cuando cambió la forma de producir, el tomate se vio afectado. Por entonces, se seleccionaron tomates con mutación “u” (mutación uniforme), que consistía en la obtención de tomates que al madurar producían un fruto rojo uniformemente muy atractivo.
Lo que no se tuvo en cuenta es que, con esta elección, afectaron al gen GLK2 (el que hace que el tomate tenga más azucares), por lo que aunque el tomate tuviera un bonito aspecto, su sabor no era el mejor.
Ahora que los científicos ya saben dónde está el fallo, se confía en que se recupere el sabor auténtico del verdadero tomate.