Un grupo de investigadores de la Universidad de Málaga estudia las múltiples usos de la ‘cutina’ del tomate como bioplástico.
Del tomate sabemos que es rico en vitaminas y minerales, que protege la vista y la circulación sanguínea. Ahora también sabemos que esta fruta puede convertirse en el bioplástico del futuro.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Málaga lleva años trabajando con la piel del tomate o también llamada ‘cutina’. Alejandro Heredia, uno de los responsables del estudio, explica que es “el envase natural perfecto”. Protege el interior de los cambios de temperatura, de la humedad y de los insectos. Pero, además, repele el agua y no deja escapar lo que contiene.
España es uno de los principales productores de tomate de Europa. También es muy alta la demanda de sus derivados como salsas, sopas y zumos. Sin embargo, su piel no puede utilizarse como añadido ya que no tiene valor nutritivo y es de difícil digestión. “Es el residuo más abundante”, explica Heredia.
La industria conservera lo desecha. Solo una ínfima parte se utiliza como pienso, el resto se quema, generando contaminación con CO2 y un coste para la empresa. Es, por tanto, “un desecho industrial que se cuenta por toneladas” y que estos investigadores utilizan para hacer envases. Un claro ejemplo de lo que se conoce como “economía circular”.
Un proceso totalmente ecológico
Es un proceso químico y sostenible. Se trata de descomponer la piel del tomate para volver a rehacerla y darle la forma deseada, mediante calor. De una forma más técnica: mediante un tratamiento químico, se obtienen los monómeros de la sustancia, es decir, “el eslabón básico de la cadena que forma el polímero”. Una vez disuelto, se le da la forma deseada y se le aplica calor (en torno a los 150º). De esta forma, “se polimeriza de nuevo y se obtiene el bioplástico”.
A esto se añade que “en el proceso, no se utilizan disolventes orgánicos y el único subproducto que se genera es agua”, añade Heredia, lo que lo hace no sólo ecológico y no tóxico, sino más barato.
Son múltiples las utilidades de este bioplástico. Desde las bandejas para contener frutas o verduras que inundan los supermercados, hasta utensilios como cucharas. Frente a los 500 años que una botella de plástico tardaría, por ejemplo, en descomponerse en el océano, este material lo haría en apenas una semana. Una solución perfecta para reducir la ingente cantidad de plástico que se produce a nivel y que, actualmente, alcanza los 359 millones de toneladas al año.
Una antena wifi o una camiseta que genera electricidad
Una de las grandes ventajas de la piel del tomate es que es compatible con cualquier material que se le añade. De esta forma, los investigadores la han unido al grafeno. Un material ligero, resistente y conductor de electricidad y han creado, nada menos, que una antena wifi. “Hemos copiado la forma de una antena normal, que es una pieza metálica, y como tiene propiedades eléctricas, hemos conseguido hacer una réplica pero completamente biodegradable”, explica Heredia.
Los investigadores también han diseñado, a partir de la piel del tomate, una camiseta ‘low cost’ capaz de producir electricidad por la diferencia de temperatura del cuerpo y del entorno.
La fórmula es muy sencilla: agua y etanol -un tipo de alcohol ecológico-, derivados de la piel de tomate y nanopartículas de carbono. Una disolución que, según los expertos, al calentarse, penetra y se adhiere al algodón, consiguiendo con ello propiedades eléctricas como las que genera el telurio, el germanio o el plomo, pero a partir de materiales biodegradables. De esta forma, al andar o al correr, si una persona lleva puesta la prenda, podría producir electricidad.
“Hasta ahora, para la creación de dispositivos electrónicos los metales eran los elementos químicos más usados. Con este proyecto damos un paso más y, usando materiales ligeros, más asequibles y menos tóxicos, también hemos conseguido generar electricidad”, explica Heredia.
“El polímero de plástico ha invadido nuestra vida, todo lo contiene y estamos metidos en una vorágine de difícil salida, porque es muy efectivo y muy barato, resultó un éxito tremendo de la química”, apunta Antonio Heredia. Lo malo es que una botella de plástico puede tardar más de 450 años en degradarse. “La crisis climática ya es imparable y está en juego nuestro modo de vida occidental”, añade el catedrático.
Aunque no habría suficiente cantidad de piel de tomate para generar el plástico que se necesita ahora mismo, “se trata de hacer pequeños avances, ir sustituyéndolo poco a poco”, comenta Susana Guzmán.
Añadir papel o algondón, la mezcla perfecta
El siguiente paso de los investigadores fue añadir celulosa al polímero, de esta forma se fusionaban la resistencia y propiedades mecánicas del papel con la hidrofobia de la piel de tomate. Esto crea un nuevo material igual de degradable, resistente al agua, fuerte y que necesita mucha menos cantidad de materia prima.
“El proceso sigue siendo completamente sostenible, dimos en el clavo, vimos que se podría utilizar como recubrimiento de latas de comida porque iguala las propiedades de las resinas químicas evitando el bifenol A y, por tanto, no se liberan estrógenos”, afirman los investigadores.
El futuro del tomate aún está por escribir.